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Ya tengo el título de patrón. ¿Y ahora qué?

Con mi flamante título estaba dispuesto a hacer realidad mis sueños, así que seducido por los cantos de sirena de un experto vendedor, me hice con una motora por poco mas de cuatro euros: ¡un chollo!. La verdad es que el barco necesitaba un repasito de pintura y algún que otro ajuste pero no era cosa de deprimirse por tan poca cosa. ¡Era patrón y tenía mi propio barco!.

Era una mañana radiante del mes de julio cuando nos disponíamos a estrenar mi patronia, el barco, y una preciosa gorra de capitán recién adquirida en una tienda de sombrillas y tumbonas, así que bien aprovisionados de bebidas y ricas viandas para tan señalada ocasión y ¿por que no decirlo? con una mijita de ansiedad, nos dirigimos al pantalan. Algún que otro curioso nos observaba con cierta sorna que yo atribuí a malsana envidia.

Subí a bordo listo para dar las primeras ordenes a mi tripulación. “ Proa larga el orinque del muerto...popa, listos para largar el través de sotavento” pero nadie se movía. Mis hijos me miraban como idiotizados y la expresión de mi mujer era indescriptible. Nada, lo dicho, nadie se movía así que, con voz de trueno les dije: ¡dejadlo, ya lo hago yo!

Salto presto a proa con la mala suerte de tropezar en una aduja de amarras que algún mal intencionado había puesto en mi camino, dando con mis carnes en cubierta. El marinero del puerto observaba imperturbable la escena desde el muelle.

Repuesto del incidente y recuperada mi dignidad de patrón, regreso a mi puesto de mando y sin más dilación embrago avante. El motor responde a mis ordenes, y tras unos instantes de vacilación, oigo a mis espaldas un estallido: la cornamusa de popa babor salta por los aires fiel a su amarra, firme en el muelle y el barco, seguro que por mala querencia, se lanza contra el vecino de estribor: un hermoso velero nuevo y reluciente.

La reacción de su dueño no se hizo esperar. Bichero en mano intentó agredirnos a mi esposa, a mi y a mis criaturitas. Lo peor de todo es que las defensas estaban tan bajas que con la borda le he hecho un arañazito de nada. El vecino no opina lo mismo y se empeña en pedirme los papeles del seguro...al final ya se sabe, todo termina en burocracia. Papeles y más papeles y nosotros, todavía en el pantalan; bueno, hablando con propiedad, abarloados de forma involuntaria al velero de estribor.

¿Para que contar más? Por fin en franquía, ponemos rumbo a la cala de aguas cristalinas con la que tantas noches habíamos soñado. Mientras gobernaba firme el timón, recordaba los últimos consejos del vendedor: “Ya sabe, acuérdese de que para volver a puerto solo tiene que sumarle al rumbo que llevaba 180º”. Mirando el compás observo que mi rumbo es el 270º, oeste puro, así que 270 + 180 = 450º. Fue entonces cuando con pavor comprobé que el compás que me habían vendido ¡solo tiene 360º!.

Si salgo de esta, el vendedor me va a oír.

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