x

Un electricista ¡Por favor!

Dicen que la necesidad agudiza el ingenio, pero es cierto que muy a menudo eso no basta y necesitas a un buen profesional que sepa lo que se trae entre manos.

Hace un par de veranos me llamó un gran amigo para que le ayudara con el refit de un precioso ketch de sesenta y cinco pies. Cabe decir que la tarea era ardua, con mucho trabajo por delante y el mastodonte se nos hacía más grande cada día que pasábamos en él.

Una década de decadencia y abandono por parte del propietario no era suficiente reto para nosotros dos, además debíamos hacer frente a innumerables chapuzas, adaptaciones y atrevimientos varios que los diversos propietarios habían perpetrado a tan hermosa criatura.

Como podréis suponer, a cada nuevo tambucho o registro en el que metíamos la cabeza encontrábamos nuevos motivos para el desaliento. Incluida una enorme caja de orza retráctil, con una misteriosa vía de agua que había extendido la metástasis de la ósmosis hasta el pie del palo mayor y las cuadernas sobre las que éste se asentaba. Pero ni siquiera eso pudo detenernos.

Avanzábamos lentamente pero con decisión en nuestro empeño, no sin altibajos ni fricciones entre nosotros. Supongo que el calor del mes de julio y la escasez de recursos, en todos los sentidos, fueron nuestros mayores enemigos.

Todo iba bien mientras evitáramos hablar de una cuestión en particular, un problema omnipresente, tan sutil como decisivo: el sistema eléctrico. El barco de origen norteamericano, adoptado por ingenieros aeronáuticos israelíes y en manos de un arquitecto español en la actualidad, no podía tener mayor diversidad de sistemas eléctricos, maquinaria, transformadores, bombas, luces y compresores de todas las potencias y voltajes que os podáis imaginar. Y seguro que en veinte metros de barco cabe mucho que imaginar.

Con nuestro empuje habitual, fruto a partes iguales entre el valor y la ignorancia, nos lanzamos a comprobar circuitos, ramales, derivaciones y cables condenados hasta volvernos completamente locos. El cableado de ese barco era inmenso e incomprensiblemente surrealista. Creo que teníamos más kilos de cobre a bordo que de plomo en la quilla.

Superados por la situación y abocados a un callejón sin salida, decidimos echar mano del teléfono y buscar a un buen electricista, que fuera de confianza y que no nos costara un ojo de la cara. ¿He mencionado ya la escasez de recursos? Pues eso.

¿Habéis intentado alguna vez encontrar a un industrial que este disponible para trabajar en en pleno mes de julio? Y cuando lo habéis encontrado ¿ha querido trabajar para vosotros a bordo de un barco? Finalmente y tras muchos esfuerzos, llamadas de teléfono y gastando mucha paciencia de la poca que nos quedaba, conseguimos embarcar a un electricista que dió buena cuenta de la obsoleta instalación y nos hizo llegar el siglo XXI en forma de 220V.

Algo parecido nos sucedió cuando buscábamos soldador para el nuevo pie de mástil o un velero que remendara los maltrechos trapos. Si en ese momento hubiésemos sabido de la existencia de un servicio como el que ofrecen en NauticAdvisor.com habríamos ahorrado mucho tiempo, dinero y preocupaciones para encontrar los profesionales más adecuados a nuestros problemas.

Una cosa si aprendimos aquel verano: los barcos se reparan en invierno.

¡Salud y buena proa!
¿Qué te ha parecido este artículo?
 
También te puede interesar
Utilizamos cookies propias y de terceros para ofrecerte una mejor experiencia y servicio, en función de tus hábitos de navegación. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso.
Aceptar